En la entrada dos de nuestro blog Dolor y Esperanza, vamos a hablar de algunas cuestiones que muchos pacientes y familiares de pacientes desconocen, pero que son importantes para entender mejor la enfermedad y aprender a lidiar con ella.
El primer hecho importante es que el dolor siempre es real, incluso cuando no existe una lesión física evidente. Cuando una persona se queja de dolor, es importante creerle y atenderle. Es posible que en la base de ese dolor no haya una lesión ni una enfermedad, pero eso no quiere decir que la persona no sienta dolor. El dolor es una señal de alerta que emite el cerebro y que puede estar presente sin una causa física.
Es importante entender que el dolor es un mecanismo de protección que actúa como un sistema de alarma que se activa en situaciones de peligro o en caso de que haya una lesión. Esta señal, aunque incómoda o desagradable, tiene una función vital: nos impulsa a reaccionar y a tomar medidas que eviten un daño mayor, asegurando así nuestra supervivencia y bienestar.
Sin embargo, en ocasiones nuestro cerebro puede volverse sobreprotector, generando dolor sin que exista un daño físico, lo que complica la experiencia y el manejo de este síntoma.
El dolor está modulado por factores físicos, psicológicos y sociales, lo que significa que no solo está relacionado con el daño físico, sino que también se ve influenciado por las emociones, los pensamientos, las conductas y el entorno social del paciente. Este enfoque biopsicosocial considera que el cerebro procesa el dolor de forma subjetiva, por lo que la percepción y la intensidad del dolor pueden variar considerablemente de una persona a otra.
Otra variable que afecta al dolor es la historia de trauma del paciente. Vivir experiencias traumáticas sensibiliza el sistema nervioso. Las personas que han vivido sucesos traumáticos graves perciben el dolor con más intensidad y son más propensas a padecer dolor crónico o fibromialgia.
Por último, es importante entender que el dolor no está “escrito en piedra”. Nuestro sistema nervioso posee una notable capacidad para adaptarse, lo que significa que, si en el pasado se volvió más sensible al dolor, ahora también puede aprender a calmarse, a reducir la sensibilidad y a sentirse más seguro. Esta plasticidad del sistema nervioso abre una puerta a la esperanza para los pacientes con dolor crónico.
Para resumir, conocer mejor qué es el dolor y cómo funciona nos da herramientas para afrontar esta experiencia con mayor serenidad y realismo. Recordemos que el dolor puede ser gestionado y que existen recursos y acompañamiento profesional que facilitan este camino. Con paciencia y apoyo, podemos convivir mejor con el dolor y avanzar hacia la recuperación.
Maite Naranjo, Psicóloga
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