La vida con dolor crónico, como el que se vive en la fibromialgia, supone convivir cada día con un cuerpo que se siente limitado incluso en las tareas más sencillas. El dolor musculoesquelético generalizado, que puede afectar a múltiples zonas del cuerpo durante meses o años, hace que actividades como caminar, hacer la compra o limpiar la casa se conviertan en un reto que exige mucha más energía que a una persona sin dolor. Esto no solo reduce la autonomía, sino que también impacta en el trabajo, la vida social y el bienestar emocional, generando muchas veces incomprensión en el entorno.
En la fibromialgia no solo padecemos dolor: la fatiga intensa es uno de los síntomas más incapacitantes. Muchas pacientes se despiertan ya agotadas, aunque hayan dormido horas, y sienten que su “batería” se vacía muy rápido, incluso con pequeños esfuerzos. A esto se suma la llamada “fibroniebla” o niebla mental, que dificulta concentrarse, recordar cosas o mantener la atención en una conversación, una lectura o una tarea laboral. Esta combinación de cansancio extremo y dificultades cognitivas hace que estudiar, trabajar o planificar el día resulte abrumador, aumentando la sensación de frustración e injusticia.
Las limitaciones no aparecen solo en el ámbito físico o cognitivo, también en la esfera emocional y social. El dolor continuo, la falta de descanso reparador y la sensación de no llegar a todo favorecen la aparición de ansiedad, tristeza o depresión, y muchas personas empiezan a evitar planes porque no saben cómo se encontrarán ese día. Con el tiempo, esto puede llevar a un aislamiento progresivo y a la sensación de que la vida se ha “encogido”, porque se van dejando hobbies, actividades de ocio y proyectos que antes sí eran posibles.
Por todo ello, en muchos casos la fibromialgia genera un grado importante de discapacidad, aunque en los informes médicos o administrativos no siempre se vea a simple vista. En España, la discapacidad se valora según cómo las limitaciones afectan a las actividades básicas de la vida diaria, la participación social y la capacidad laboral, y se expresa en un porcentaje (a partir del 33% se reconoce oficialmente la condición de persona con discapacidad).
En la práctica, lo que más se tiene en cuenta son las limitaciones funcionales: dificultad para mantener la jornada laboral, para realizar tareas del hogar, para desplazarse o para sostener la atención, entre otras.
Para solicitar un grado de discapacidad o una incapacidad laboral por fibromialgia suele ser necesario reunir informes de reumatología, medicina de familia, salud mental y, en muchos casos, de rehabilitación u otras especialidades. También es clave documentar la evolución de los síntomas, los tratamientos probados y, sobre todo, cómo afectan a la vida diaria y al trabajo, ya que los tribunales médicos valoran las consecuencias prácticas más que el diagnóstico en sí. Según la intensidad del dolor, la fatiga y la interferencia en la autonomía, se pueden reconocer distintos grados, desde limitaciones moderadas hasta situaciones en las que la persona necesita ayuda para muchas actividades y no puede mantenerse en un empleo.
Reconocer y apoyar la discapacidad en personas con dolor crónico y fibromialgia no es un privilegio, es una cuestión de equidad. Estas ayudas (económicas, adaptaciones laborales, recursos sociales) buscan compensar una desventaja real para que la persona pueda acceder a las mismas oportunidades que el resto: trabajar con adaptaciones, estudiar con apoyos, participar en la comunidad o simplemente vivir con más dignidad.
Dar apoyos a quien lo tiene más difícil significa acercarle al punto de partida del que muchas otras personas parten sin esfuerzo, y eso es precisamente lo que define una sociedad justa e inclusiva.
La discapacidad invisible: más allá de lo que se ve
Esta semana se ha conmemorado el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, una fecha en la que a mí me gustaría recordar que no todas las discapacidades son visibles. La fibromialgia y el dolor crónico son un ejemplo claro de ello: condiciones que no siempre dejan huellas externas, pero que transforman por completo la vida de quien las padece.
Muchas personas con fibromialgia viven en una especie de contradicción diaria: por fuera parecen estar bien, pero por dentro luchan con un dolor constante, rigidez, agotamiento extremo y sensación de niebla mental. A menudo se sienten obligadas a sonreír, a decir “estoy bien” o a disimular, porque explicar lo que les ocurre resulta difícil y, muchas veces, incomprensible para quienes no han sentido nunca ese tipo de dolor. Esa incomprensión puede doler tanto como el propio cuerpo.
Reconocer estas realidades y visibilizarlas es paso necesario hacia una sociedad más consciente e inclusiva, donde las discapacidades invisibles también sean comprendidas, respetadas y apoyadas.
Maite Naranjo, Psicóloga
WhatsApp +34 639 128 851
Comentarios
Publicar un comentario