En la anterior entrada de este blog Dolor y Esperanza, vimos que el dolor es una señal de alarma que nos dice que hay una herida o una enfermedad que debemos atender. Atendemos la herida, la curamos, hacemos reposo, etc. Y cuando la herida se cura, el dolor desaparece; decimos “ya no me duele” como muestra de que nos estamos recuperando. Entonces, ¿qué pasa cuando no hay una herida que atender, como en el caso de un dolor cronificado o de la fibromialgia? En esas situaciones se suele decir que el sistema está funcionando mal, que el dolor es una señal distorsionada. Pero ¿es eso cierto?. ¿No podría ser que el dolor nos estuviera señalando otro tipo de herida? Para saberlo, podemos preguntarnos a nosotras mismas por el origen de este dolor. ¿Cuándo fue la primera vez que me dolió de esta manera?, y ¿qué estaba pasando en mi vida en ese momento? También podemos preguntarnos si hay algún asunto pendiente que no estamos afrontando por miedo. O si no nos estamos ocupando bien de nosotras mismas: ¿me estoy cuidando bien?, ¿me permito descansar lo suficiente?, ¿estoy siempre entregada a los demás o también priorizo mis propias necesidades? Si con estas preguntas no obtienes una respuesta clara, mi recomendación es que se lo preguntes directamente a tu dolor. Ya sé que lo que te digo no tiene mucho sentido y es posible que no te funcione. Pero lo he visto funcionar tantas veces en la consulta, que no puedo dejar de proponértelo. Vamos a hacer el siguiente ejercicio: Primero, mide tu nivel de dolor en este momento. Pregúntate: “De 0 a 10, donde 0 es que no me duele nada y 10 es el máximo dolor que me pueda imaginar, ¿cuánto me está doliendo ahora mismo?”. Si el dolor pasa de 7, o tú consideras que es un dolor que no puedes aguantar, haz lo que necesites para sentirte mejor, y deja el ejercicio para otro día. Si en este momento tu dolor es manejable, empieza por hacer tres respiraciones lentas y profundas y entra en un estado de relajación. Ahora, observa tu dolor con curiosidad, como si fueras una científica en un laboratorio. ¿Qué textura tiene? ¿Es punzante, es como una quemazón, como un hormigueo…? ¿Qué temperatura tiene? ¿Qué color? Haz todas las preguntas que se te ocurran sobre tu dolor: ¿si fuera un olor, sería olor a flores o a calcetines sucios? Lo que se te ocurra. Y cuando ya tengas estudiado en profundidad tu dolor, pregúntale: “¿Qué necesitas? ¿De qué me estás avisando?”. Si te contesta, me lo puedes dejar en comentarios, por favor. Y ahora vamos a dar un paso más. Dile a tu dolor: “Te he escuchado, yo me encargo y voy a ir arreglando las cosas. Gracias”. Y si no te ha contestado o no entiendes muy bien qué hace tu dolor aquí, también puedes responderle con un mensaje de tranquilidad: “Todo está bien. Sé que el dolor sólo es una señal de alarma que me está intentando avisar de algo”. ¿Que tu dolor no te ha contestado? No importa, en este ejercicio afrontamos el dolor desde la calma, y le damos un mensaje de seguridad a nuestro cerebro. Sólo eso, ya es un paso muy importante. Si tienes dolor crónico, te recomiendo hacer este ejercicio siempre que sientas un dolor manejable y tengas unos minutos para relajarte. Este ejercicio (o uno muy parecido) lo encontrarás en el libro “Terapia para el dolor crónico”, de Alan Gordon y Alon Ziv, una lectura muy recomendable para cualquier persona que padezca dolor persistente. Espero que haya disfrutado del ejercicio. Un abrazo, Maite Naranjo, psicóloga WhatsApp: +34 639 128 851 maitenaranjodelval@gmail.com
La vida con dolor crónico, como el que se vive en la fibromialgia, supone convivir cada día con un cuerpo que se siente limitado incluso en las tareas más sencillas. El dolor musculoesquelético generalizado, que puede afectar a múltiples zonas del cuerpo durante meses o años, hace que actividades como caminar, hacer la compra o limpiar la casa se conviertan en un reto que exige mucha más energía que a una persona sin dolor. Esto no solo reduce la autonomía, sino que también impacta en el trabajo, la vida social y el bienestar emocional, generando muchas veces incomprensión en el entorno. En la fibromialgia no solo padecemos dolor: la fatiga intensa es uno de los síntomas más incapacitantes. Muchas pacientes se despiertan ya agotadas, aunque hayan dormido horas, y sienten que su “batería” se vacía muy rápido, incluso con pequeños esfuerzos. A esto se suma la llamada “fibroniebla” o niebla mental, que dificulta concentrarse, recordar cosas o mantener la atención en una conversación...

Para mi sorpresa, me dolor me ha contestado. Y lo que me ha dicho tenía sentido.
ResponderEliminarQué bueno, Minerva! Y ya sabes por dónde empezar a trabajar?
EliminarSí, es un asunto que tengo pendiente. Algo que tengo que encarar... vamos a ver si me atrevo
ResponderEliminarGracias
Ánimo! Gracias a ti
ResponderEliminar